KTM 990 SuperDuke

Cuando se anunció el SuperDuke, se habló mucho de la marca austriaca. Todo el mundo se preguntaba cómo sería el nuevo misil de KTM. ¿Un supermotard? ¿Un roadster? ¿Una moto deportiva? Lo único que se sabía era que el motor sería un bicilíndrico de 999cc cargado de adrenalina, colocado en el corazón de un chasis terriblemente eficiente, y que el aspecto no dejaría lugar a dudas: la SuperDuke no es cosa de risa.

Una vez lanzada, la SD no decepcionó a quienes la esperaban, pero sigue siendo difícil situarla en una categoría bien definida. Es el modelo de 2005 el que podremos probar hoy gracias al concesionario de motos de ocasión Granada Crestanevada.

La cita es a las 11 horas, en el concesionario. Acompañados por mi equipo de pruebas, con un invitado sorpresa, Francisco, que se improvisará como probador para las fotos, llegamos al lugar bajo un sol abrasador. Nos reciben los dos vendedores que nos hacen un retrato del objeto de nuestra visita.

Una roadster fuera de categoría, que gracias a su motor LC8 hormonado puede competir en pista con una R1 o una GSX-R 1000 sin sonrojarse por la falta de caballos, ya que ofrece una recuperación y extensión asombrosas. Los adjetivos que gratifican al SuperDuque florecen en su discurso y nos hacen temblar de impaciencia. En el circuito de Magny-Cours, una SD preparada con los (locos) accesorios de KTM habría sacado no menos de dos segundos por vuelta a la vista de una GSX-R 1000 promosport. ¡Esto es prometedor!

El SuperDuke nos espera fuera, con su majestuoso vestido con los colores de la marca austriaca. La luz del sol halaga el tanque, que luego libera reflejos nacarados del más bello efecto. No soy un gran fan de la enorme cabeza de tenedor con los ojos saltones, pero es algo fuera de lo común.

Tomo mi lugar a los mandos de esta hermosa moto y me doy cuenta de que la altura del asiento es bastante alta, el habitáculo está sobredimensionado y mis largas piernas caben perfectamente a ambos lados del aerodinámico depósito.

El salpicadero cuenta con un cuentavueltas analógico con una zona roja a partir de las 10.000 rpm, acompañado de un velocímetro digital que muestra la velocidad instantánea, dos viajes y el total, una distancia de viaje en reserva, así como un indicador muy bonito que parece un medidor de combustible… pero no, es la temperatura del motor. Hay que tener en cuenta que, dada la escasa capacidad del depósito, es comprensible que no haya manómetro para no asustar al motorista.

El manillar es ancho pero curvado en los extremos, lo que puede sorprender al principio, pero en realidad es bastante agradable. Me preocupaba la sensación de motos compactas como la Speed Triple o la XB12S pero no es el caso, su tamaño no desentona con el de otras roadster japonesas. Recto, ligeramente adelantado, la posición es cómoda y bien dispuesta para el ataque. Un poco de presión en el arranque y el gran gemelo LC8 comienza a ronronear. No hay Akrapovic en esta versión «básica» pero los silenciadores originales ya hacen un ruido bastante bueno. Un breve paseo por el aparcamiento confirma la idea del bajísimo centro de gravedad de la bestia y la sensación de ligereza. Cuanto más pasan los minutos, más me siento bien en esta moto. Ya estoy deseando escuchar las opiniones de los demás porque seguro que les va a flipar. Llego a la cima del puerto y decido tomar un descanso, debo ser un poco masoquista para infligirme la tortura de parar este frenesí. Me doy la vuelta y los demás han vuelto a desaparecer. Así que espero… cada segundo parece una eternidad. Incluso me pregunto si uno de ellos ha cometido un error…

El motor es realmente convincente, está disponible muy bajo en las revoluciones pero sin brutalidad como uno esperaría de un bicilíndrico de 999cc que desarrolla 120 CV. Es suave y tiene una buena extensión: incluso te puedes preguntar para qué sirven las marchas 5ª y 6ª.

Después de unas cuantas fotos, vuelvo a subirme a la preciosa moto naranja. Dirección al concesionario, estamos sobre el límite de tiempo, ¡no debemos demorarnos! Uno habría pensado que la alegría de montar en la SuperDuke me habría incitado a utilizar un subterfugio para poder disfrutar un poco más del placer de montar… pero no, realmente nos perdimos. Debió ser la euforia general la que confundió nuestro sentido de la orientación. Así que con 45 minutos de retraso llevamos la moto de vuelta al concesionario, rojos de vergüenza.